lunes, 28 de noviembre de 2011

"(...) A veces escribir es solo dejar constancia. La épica emocional transcurre en un intervalo de tiempo que nunca es suficiente. Y culmina épicamente. De ahí su mérito. De ahí su flaqueza. Los héroes no son personas interesantes. 


Por eso nos queremos tanto." 

They call it flow Vanity Dust

Sonando esto.

martes, 8 de noviembre de 2011

Licencia

Le agradecí que viniera jugando a hacer una reverencia. Llegó como salido de una película ambientada en Nueva Orleans, y yo, muerta de frío en pleno trópico, no pude más que comentar la imagen.
- He escuchado muchas Lunas Rojas...
- ... pero ninguna como ésta, ¿a que sí? -le interrumpí en mi más puro estilo.
- Ésta quita el frío de los pies porque se puede bailar.
Y me ofreció la mano como si de una fiesta de quinceaños se tratara, y yo acepté con la vergüenza del que se sabe observado. Me invitó, me dijo al oído buscando mi perfume, que de repente todo mi cuerpo debía ser ligero y deslizarse, como si nada, ojos cerrados, por aquel porche mohoso, como si llevara un vestido de gasa como no era el caso, como si no me pesara el alma, como si todo lo que sonaba de fondo fuera aquella brisita de campo abierto que echaba de menos. Y entonces me sentí como princesa de cuento cursi, ridículamente feliz en un bucle que no quería que se terminara, sumergida en el laguito de espejo de una caja de música que no iba a dejar de sonar por más luciérnagas que me devolvieran al calor que nos rodeaba.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Descafeinado

Hombrepez, no sé que avión, bus o canoíta me trajo hasta este rincón del trópico, pero ahora tengo fríos los pies. Llevo tres días sin tomarme un café, pero en este destino absurdo de mi huída (¿cuándo dije que me gustaba Brasil?) no hacen el café como me gusta. Quiero el café de mi casa, Hombrepez, el que me tomaba cuando me miraba en el espejo, aquel que no sé si recuerdas, y me decía a mí misma obscenidades. Amaba mi cuerpo y me complacía mirarlo, acariciarme, observarme. Recuerdo que a veces, con tanto amante de viuda alegre, mis manos se olvidaban de quien tenía a mi lado. No sé que hago aquí, Hombrepez, frotándome los pies en un intento frustrado de calentarlos, tiritando debajo de la sábana, ventilador apagado y grillitos molestos al otro lado de la ventana.  Qué hago, dónde me he quedado, quién me ha traído hasta aquí. Quiero ver el desintegrador de partículas, descubrir la puta llave maestra, llamémosla inglesa, que deshizo los planes.