viernes, 15 de octubre de 2010

H

H. estudiaba teleco y llevaba siempre un gorrito de lana porque sufría de migrañas. Que la luz de Bogotá fuera directamente proporcional al uso del gorro no termino de explicármelo, pero nunca entró en detalles. Tenía el pelo castaño claro y los dientes en perfecto orden, blancos, perfectos, aunque ligeramente... gruesos. No me acuerdo que lo besara. Tampoco suelo olvidar los besos, así que tal vez no lo besé. Me dijo que cumplía años el 12 de noviembre pero que en realidad había nacido el 9, así que mejor lo felicitara el 9. No lo felicité porque me vine para España y ni más. Me regaló el dibujo de una flor, rollo rosa-Violator-Depeche-Mode que apareció hace dos meses para la mudanza. El templito de H. junto a tres cartas completamente crípticas que tal vez hablaban de mi y me subieron el ego. No me gustaba su letra. Un día llegó a mi casa con una cajita de fresas con chocolate que a mi mamá le encantaron, pero se encontró con que yo no estaba: le había dado al pause al cassette de The Clash que me acaba de regalar JC, me quedé callada, escondida, mi mamá cómplice, "qué pereza", yo estaba pensando en un diseñador gráfico de gafas de pasta y converse cuando todavía no se llevaban las gafas de pasta y las converse. No supe más de H. ni de JC. El diseñador gráfico pertenece a esa carpeta de Casos Abiertos, aun sin resolver, está en New York y a veces nos escribimos y me habla de música.
Hace 18 años que no volvía a escuchar esto.

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No me gustan los hombres que le dan la vuelta a las instrucciones de Ikea para entenderlas. Ni los que no aprietan bien los tornillos. Ni los escritores quejicas. En fin.

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1 comentario:

Emilio Ruiz Mateo dijo...

Me gusta cuando cuentas recuerdos, viuda.