martes, 10 de enero de 2012

Desmontando, que no profanando, templos

¿Quién les dio categoría de intocables, quién los elevó a los altares y los fue colocando en diminutos nichos donde iban floreciendo como el moho en mi nevera? Quién y de qué modo ha llegado a tener que caminar de puntillas sobre sus propios recuerdos, descubriendo las notas emborronadas en su cabeza, aquí fui, aquí estuve, aquí me. Demasiadas geografías, lunares, calles y sonidos, demasiados rituales, a cuál más enrevesado, demasiado a qué tenerle respeto, ella misma acorralada, asfixiada, exhausta.
Desperezándose después de un sueño profundo, decidió hacer limpieza general y como homenaje a sí misma,  fue entregando en sacrificio todos los objetos de sus altares. Dejaría sus santos difuntos vestidos de blanco sobre fondos tan inciertos como sus propios paraderos, y a los recuerdos, aquellas montañas de recuerdos unilaterales y monológos, los redimiría sin remordimiento alguno, liberándolos para disfrutar de su nueva vida promiscua.

1 comentario:

Beauséant dijo...

la vida es un proceso de derribo, de tener menos dioses, menos cosas a las que agarrarse y más dudas y menos certezas...

dicen que al final de ese camino eres tan liviana como un soplo de aire y, por tanto libre...