lunes, 7 de noviembre de 2011

Descafeinado

Hombrepez, no sé que avión, bus o canoíta me trajo hasta este rincón del trópico, pero ahora tengo fríos los pies. Llevo tres días sin tomarme un café, pero en este destino absurdo de mi huída (¿cuándo dije que me gustaba Brasil?) no hacen el café como me gusta. Quiero el café de mi casa, Hombrepez, el que me tomaba cuando me miraba en el espejo, aquel que no sé si recuerdas, y me decía a mí misma obscenidades. Amaba mi cuerpo y me complacía mirarlo, acariciarme, observarme. Recuerdo que a veces, con tanto amante de viuda alegre, mis manos se olvidaban de quien tenía a mi lado. No sé que hago aquí, Hombrepez, frotándome los pies en un intento frustrado de calentarlos, tiritando debajo de la sábana, ventilador apagado y grillitos molestos al otro lado de la ventana.  Qué hago, dónde me he quedado, quién me ha traído hasta aquí. Quiero ver el desintegrador de partículas, descubrir la puta llave maestra, llamémosla inglesa, que deshizo los planes.

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