miércoles, 21 de septiembre de 2011

Itinerancia

En Hudiksvall, Hombrepez, me quedé en un hotel que me gustó bastante. En la tierra de los colchones Sultan y las camas Hemnes, me acosté con aquel amante todo lo que quise y pude, sin miedo a las ventanas abiertas, a que entrara el fresco, a que nos vieran desde los barcos atracados, a que nos escucharan los vecinos. Me acosté, por así decirlo (no quiero ser soez ni asustarte en tu tumba) sin la angustia de la pérdida, del apego, del amor. Gemí, gocé y probé, fui feliz mientras duró, mientras me acariciaron esas manos, con esa piel, en esa piel, en el silencio del sueño, en los susurros de la vigilia. Vigilia, Hombrepez, de la de viernes de cuaresma que no se respeta, y se disfruta con la alevosía de lo prohibido por sucio si nos vieran.
Recuerdo el hotel de Hudiksvall con sus ventanas blancas y paisaje gris, con el bosque tan verde, tinta verde, Midori en el círculo polar. Ahí estábamos los dos en la habitación decorada de Ikea, calmando el cansancio del largo viaje, cómodos, tranquilos y sabiendo que, a pesar de todo, y como era habitual, otra vez sería de paso.




martes, 6 de septiembre de 2011

Pies de plomo

Si llevara tacones, Lisboa habría sido una pesadilla para mí. Pero vea usted que no, y a pesar de eso heme aquí prefiriendo Madrid, sus calles, su cielo y el helicóptero. Que me perdone la Bohemia, pero simplemente no es mi lugar, a pesar de que quiera repetir visita esta vez con paseos detenidos por otros rincones, y más tiempo.
No se sabe qué extraños mecanismos tiene una en su cabeza que le dan al on de las vulnerabilidades sin apenas pedir permiso, y es entonces cuando uno se encuentra con calles que, como algunos besos, te ponen la piel de gallina y a pesar de todo resulta que no, que con la piel no basta, que hasta el corazón todavía hay recorrido, y a una le gusta pasear, que la lleven, que la traigan, que la dejen estar, tocar, salir corriendo, o incluso coger carrerilla para entregar las llaves de la ciudad entera.

Transeúnte lisboeta