miércoles, 21 de septiembre de 2011

Itinerancia

En Hudiksvall, Hombrepez, me quedé en un hotel que me gustó bastante. En la tierra de los colchones Sultan y las camas Hemnes, me acosté con aquel amante todo lo que quise y pude, sin miedo a las ventanas abiertas, a que entrara el fresco, a que nos vieran desde los barcos atracados, a que nos escucharan los vecinos. Me acosté, por así decirlo (no quiero ser soez ni asustarte en tu tumba) sin la angustia de la pérdida, del apego, del amor. Gemí, gocé y probé, fui feliz mientras duró, mientras me acariciaron esas manos, con esa piel, en esa piel, en el silencio del sueño, en los susurros de la vigilia. Vigilia, Hombrepez, de la de viernes de cuaresma que no se respeta, y se disfruta con la alevosía de lo prohibido por sucio si nos vieran.
Recuerdo el hotel de Hudiksvall con sus ventanas blancas y paisaje gris, con el bosque tan verde, tinta verde, Midori en el círculo polar. Ahí estábamos los dos en la habitación decorada de Ikea, calmando el cansancio del largo viaje, cómodos, tranquilos y sabiendo que, a pesar de todo, y como era habitual, otra vez sería de paso.




1 comentario:

Beauséant dijo...

todas las cosas que nacieron para ser de paso acaban creando grandes historias..

es algo demostrado.