En mi afán asesino o más bien justiciero, he decidido hacerme también una lista y desplegarla llamando uno a uno a su sitio contra la pared. Preparados, listos, fuego. Me imagino la sangre verde midori de cada uno de los amantes convocados perdiéndose entre el césped tan pulcramente elegido. Siento el olor a hierro. Lo verde huele a rojo, no hay diferencia. Uno a uno cayendo y callando, como siempre. Era la imagen de aquel sueño recurrente que nunca te conté: yo esperando el disparo, yo consciente de que no podía soñar con la muerte, yo despertándome de golpe, yo viva. Cayendo y callando como nunca.
Morirse en verde